POESÍA PARA LA CRISIS
Biblioteca
“Honorato de Castro” de Borja. (Zaragoza)
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A lo largo de
cinco años, Carl Gustav Jung (Suiza,
1875 - 1961) estuvo muy ligado profesionalmente, con Sigmund Freud, del que era colaborador. En 1913, se produjo la
ruptura definitiva, desarrollando Jung sus propias teorías de Psicología Analítica, también llamada Psicología de los Complejos y Psicología Profunda.
En esta obra,
Jung nos cuenta el resultado de su autoexploración provocando el enfrentamiento
con su propio inconsciente entre 1914 y 1930. Es el germen de la psicología
analítica.
Se trata de una obra autobiográfica que Jung no quiso publicar
porque la consideraba poco científica e inconclusa. Después de su defunción en 1961, sus
descendientes conscientes de que se trataba de una obra única e
irremplazable, lo guardaron en un banco. Posteriormente, tras ser conocedores
de que se trataba de una obra clave de la psicología analítica de Jung, en 2000, decidieron publicarla, aunque no vería la
luz hasta el 2009. De hecho, se ha dicho que toda la obra posterior de Jung
se deriva de las ideas presentadas en este libro.
En este
fragmento se nos ofrece unas reflexiones muy interesantes para superar “una
cuarentena”.
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FRAGMENTO
DEL “LIBRO ROJO”
DE CARL GUSTAV
JUNG
[…]
—Capitán, el chico está preocupado y
muy agitado debido a la cuarentena que nos han impuesto en el puerto.
— ¿Qué te inquieta, chico? ¿No tienes
bastante comida? ¿No duermes bastante?
—No es eso, capitán. No soporto no
poder bajar a tierra y no poder abrazar mi familia.
— ¿Y si te dejaran bajar y estuvieras
contagioso, soportarías la culpa de infectar a alguien que no puede aguantar
la enfermedad?
—No, no me lo perdonaría nunca
aunque, para mí, creo que han inventado esta peste.
—Puede ser. Pero ¿Y si no fuese así?
—Entiendo lo que queréis decir, pero
me siento privado de mi libertad, capitán, me han privado de algo.
—Prívate tú de algo más.
— ¿Me estáis tomando el pelo?
—En absoluto. Si te privas de algo
sin responder de manera adecuada, has perdido.
—Entonces, según Usted, si me quitan
algo, para vencer ¿Debo quitarme alguna cosa más por mí mismo?
—Así es. Lo hice en la cuarentena
hace siete años.
— ¿Y qué es lo que os quitaste?
—Tenía que esperar más de veinte días
sobre el barco. Llevaba meses esperando llegar al puerto y gozar de la
primavera en tierra. Hubo una epidemia. En Port April nos prohibieron bajar.
Los primeros días fueron duros. Me sentía como vosotros. Luego empecé a
reaccionar a aquellas imposiciones no utilizando la lógica. Sabía que tras veintiún
días de este comportamiento se crea una costumbre y, en vez de lamentarme y
crear costumbres desastrosas, empecé a portarme de manera diferente a todos
los demás. Reflexioné sobre aquellos que tienen muchas privaciones cada día
de su miserable vida y decidí vencer. Empecé con el alimento. Me impuse comer
la mitad de cuanto comía habitualmente, luego empecé a seleccionar los
alimentos más digeribles, para no sobrecargar mi cuerpo. Pasé a nutrirme de
alimentos que, por tradición, habían mantenido el hombre saludablemente.
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El paso siguiente fue unir a esto una
depuración de pensamientos malsanos y tener cada vez más pensamientos
elevados y nobles.
Me impuse leer al menos una página cada
día de un tema que no conocía y me impuse hacer ejercicios sobre el puente
del barco.
Un viejo hindú me había dicho años
antes, que el cuerpo se potenciaba reteniendo el aliento. Me impuse hacer
profundas respiraciones completas cada mañana. Creo que mis pulmones nunca
habían llegado a tal capacidad y fuerza. La tarde era la hora de las
oraciones, la hora de dar las gracias a una Entidad cualquiera por no haberme
dado como destino privaciones serias durante toda mi vida. El hindú me había
aconsejado también adquirir la costumbre de imaginar la luz entrar en mí y
hacerme más fuerte.
Podía funcionar también para la gente
querida que estaba lejos y así, integré esta práctica también en mi rutina
diaria sobre el barco.
En vez de pensar en todo lo que no
podía hacer, pensaba en lo que habría hecho una vez bajado a tierra.
Visualizaba las escenas cada día, las vivía intensamente y gozaba de la espera.
Todo lo que podemos obtener de
inmediato, nunca es interesante. La espera sirve para sublimar el deseo y
hacerlo más poderoso. Me había privado de alimentos suculentos, de botellas
de ron y de imprecaciones. Me había privado de jugar a las cartas, de dormir
mucho, de ociar, de pensar solo en lo que me habían quitado.
— ¿Cómo acabó, capitán?
—Adquirí aquellas costumbres nuevas
hasta que me dejaron bajar, después de mucho más tiempo del previsto.
— ¿Os privaron de la primavera,
entonces?
—Sí, aquel año me privaron de la primavera
y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente. Me había llevado
la primavera dentro de mí y nadie nunca más habría podido quitármela.
[…]
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